LA APARIENCIA Y CONSTITUCIÓN FÍSICA DE JESÚS. PERCY ZAPATA MENDO.


LA APARIENCIA Y CONSTITUCIÓN FÍSICA DE JESÚS

GENERALIDADES SOBRE JESÚS
Jesucristo (entre el 8 y el 4 a.C. y el 29 d.C.), figura principal del cristianismo, que nació en Belén, Judea. Desde el siglo VI se considera que la era cristiana comienza el año de su nacimiento, pero en la actualidad se cifra un error de cuatro a ocho años. Para los cristianos, Jesús fue el Hijo de Dios encarnado y concebido por María, la mujer de José, un carpintero de Nazaret. El nombre de Jesús se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah (‘Yahvé es salvación’); y el título de Cristo, de la palabra griega christos, a su vez una traducción del hebreo mashiaj (‘el ungido’), o Mesías. Los primeros cristianos emplearon Cristo por considerarle el libertador prometido de Israel; más adelante, la Iglesia lo incorporó a su nombre para designarle como redentor de toda la humanidad.
Las principales fuentes de información sobre su vida se encuentran en los Evangelios, escritos en la segunda mitad del siglo I para facilitar la difusión del cristianismo por todo el mundo antiguo. Las epístolas de san Pablo y el libro de los Hechos de los Apóstoles también aportan datos interesantes. La escasez de material adicional de otras fuentes y la naturaleza teológica de los relatos bíblicos provocaron que algunos exegetas bíblicos del siglo XIX dudaran de su existencia histórica. Otros, interpretando de diferente manera las fuentes disponibles, escribieron biografías naturalistas de Jesús. En la actualidad, los eruditos consideran auténtica su existencia, para lo que se basan en la obra de los escritores cristianos y en la de varios historiadores romanos y judíos.
Desde los primeros años posteriores a la muerte de Jesús, es natural la curiosidad que despierta en todos los que profesan la fe cristiana - o por lo menos, los que han escuchado de su existencia histórica - , por saber cómo fue su apariencia física, lo cual se reflejó en las primeras iconografías cristianas realizadas en las catacumbas, hasta las pinturas realizadas por los grandes maestros renacentistas, y que esbozaron la imagen – real o idealizada – del autor que plasmó sus trazos en los varios lienzos que podemos mirar y admirar aún en la actualidad.
PARA TENER EN CUENTA: PROBABLE ETNIA DE JESÚS EN RAZÓN A SU NACIMIENTO
Frente a la pregunta de dónde nació Jesús, la respuesta parece sencilla: Jesús nació en Belén. Lo aprendemos desde niños al celebrar la Navidad, y lo cantamos todos los años en los villancicos alrededor del pesebre. Sin embargo, al analizar con detenimiento el Nuevo Testamento descubrimos que no es tan fácil fijar el lugar del nacimiento de Jesús.
Es cierto que dos evangelistas, Mateo y Lucas, afirman expresamente que Jesús nació en Belén. Mateo dice: "Cuando nació Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes" (Mt 2, 1). Y Lucas escribe: "Cuando ellos (José y María) estaban allí (en Belén), ella dio a luz a su hijo primogénito" (Lc 2, 6-7).
Pero en cambio los otros dos evangelistas, Marcos y Juan, presentan a Jesús como si hubiera nacido en Nazaret. En efecto, siempre lo llaman "Jesús de Nazaret"; y sabemos que en la Biblia, cuando después del nombre de una persona se menciona una ciudad, es porque se trata de su lugar de nacimiento. Así, por ejemplo, se habla de Pablo de Tarso (Hech 9, 1), de José de Arimatea (Mc 15, 43), de Lázaro de Betania (Jn 11, 1), de Amós de Técoa (Am 1, 1), o de Miqueas de Moréshet (Miq 1, 1). ¿Cuál sería entonces la cuna de Jesús: Belén o Nazaret? Analicemos más detenidamente las evidencias.
El primer Evangelio que se escribió, el de Marcos, da a entender que Jesús nació en Nazaret. Ya al principio, cuando relata su bautismo, dice que Jesús "vino de Nazaret de Galilea" (1, 9). O sea, no menciona ninguna otra ciudad de origen fuera de ésta. Después, cuando Jesús se va a Nazaret, dice que "se fue a su patria" (6, 1); y patria (en griego: patris) significa literalmente "la tierra natal", "el lugar de nacimiento". Esto lo confirma el mismo Jesús, cuando ante el escándalo que producen sus enseñanzas en Nazaret, él exclama: "Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa es despreciado" (6, 4). Además, todo el mundo lo conoce como Jesús de Nazaret: el endemoniado de Cafarnaúm (1, 24), la criada del Sumo Sacerdote (14, 67), el ángel del sepulcro (16, 6), y hasta el mismo evangelista Marcos (10, 47).
Por lo tanto, cuando Marcos escribió su Evangelio, dio a entender a sus lectores que Jesús había nacido en Nazaret, ya que siempre lo identifica como originario de esa ciudad, y no da ninguna otra indicación alternativa como para pensar que fuera de otra parte.
El cuarto evangelista, San Juan, también afirma que Jesús nació en Nazaret. Comienza presentándolo como "un profeta de Nazaret" (Jn 1, 45). Y tan convencido está todo el mundo de que Jesús es de Nazaret, que Natanael no quiere creer en él porque dice: "¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn 1, 46).
En efecto, Nazaret era una ciudad ignota, minúscula y de mala fama. Tan insignificante, que en el Antiguo Testamento no se la menciona nunca. Incluso cuando el libro de Josué describe detalladamente la región de Galilea (Jos 19, 10-16), saltea a Nazaret. Tampoco la nombra Flavio Josefo, el gran historiador judío del siglo I; al describir las guerras judías contra los romanos, menciona 54 ciudades galileas, pero ignora completamente a Nazaret. Y el Talmud, una antiquísima colección de escritos judíos, enumera una lista de 63 ciudades galileas de la que está ausente Nazaret. Debió de haber sido, pues, una pequeña aldea sin ninguna importancia. Por eso, que alguien tan importante como Jesús hubiera nacido allí producía escándalo entre la gente. A pesar de eso, el Evangelio de Juan en ningún momento aclara que Jesús no era de Nazaret. Al contrario, lo afirma varias veces en su Evangelio.
Por ejemplo, al contar una discusión entre los judíos sobre el origen de Jesús, dice que algunos lo rechazan como Mesías porque sabían que había nacido en Nazaret, y comentaban: "¿Acaso el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que vendrá... de Belén?" (Jn 7, 41-42). Y nadie se encarga de explicar que Jesús había nacido en Belén. Más adelante, San Juan afirma que los judíos no querían creer en Jesús porque era de Galilea, y "de Galilea no sale ningún profeta" (Jn 7, 52). En ninguna parte del Cuarto Evangelio, pues, se afirma que Jesús haya nacido en Belén. Al contrario, siempre está presente la idea de que había nacido en Nazaret.
Vemos, pues, que las dos únicas veces en todo el Nuevo Testamento que se dice que Jesús nació en Belén son las que vimos en los relatos de la infancia de Mateo y Lucas. En ninguna otra parte se dice ni una sola palabra sobre el origen belenita de Jesús. Ni siquiera San Pablo, que tuvo que discutir acaloradamente varias veces con los lectores de sus cartas tratando de convencerlos de que Jesús era el Mesías, y a quien le hubiera venido muy bien el argumento de que Jesús había nacido en Belén, parece conocer tal información.
Entonces, ¿son históricas o no las afirmaciones de Mateo y de Lucas sobre el nacimiento de Jesús en Belén? Posiblemente no. En primer lugar, porque incluso estos dos evangelistas, a pesar de decir que Jesús nació en Belén, cuando lo presentan en su vida adulta cambian su discurso y lo llaman "Jesús de Nazaret".
Así, por ejemplo, Mateo, durante el juicio a Jesús, cuenta que una criada denuncia a Pedro diciendo: "Este estaba con Jesús el nazareno" (Mt 26,71). Y cuando relata la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén como Mesías, dice que la gente lo aclamaba gritando: "Este es el profeta Jesús de Nazaret" (Mt 21, 11), cuando le hubiera convenido mucho más poner "Jesús de Belén", ya que esto hubiera sido un argumento muy fuerte para confirmar el mesianismo de Jesús.
Lo mismo hace Lucas. Si bien aclara que Jesús "se había criado" en Nazaret (Lc 4, 16), siempre lo llama "Jesús de Nazaret" como si allí hubiera nacido. Por ejemplo, al curar a un endemoniado en Cafarnaúm (Lc 4, 34), al curar al ciego de Jericó (Lc 18, 37), o en el episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24, 19). También en su libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas llama siempre a Jesús "el nazareno", como si hubiera nacido en Nazaret. Tal expresión aparece en boca de Pedro (Hech 2, 22; 3, 6; 4, 10; 10, 38), de Pablo (Hech 26, 9), de la gente (Ch 6, 14), y hasta del mismo Jesús (Hech 22, 8).
En segundo lugar, no parece muy seguro el nacimiento de Jesús en Belén porque los relatos de Mateo y Lucas, que son los únicos que lo cuentan, se contradicen. En efecto, según Mateo, Jesús habría nacido en Belén porque sus padres vivían en Belén y allí tenían su casa (Mt 2, 11). En cambio según Lucas, Jesús habría nacido en Belén porque su familia, que vivía en Nazaret (Lc 2, 26), estaba de paso en Belén con motivo de un censo (Lc 2, 4). Tampoco coinciden en cuanto al tiempo que Jesús vivió en Belén. Según Mateo, después de nacer, Jesús estuvo en Belén casi dos años (Mt 2, 16), hasta que su familia huyó primero a Egipto y luego a Nazaret. En cambio según Lucas, Jesús se fue a vivir a Nazaret cuando tenía un mes y medio de vida (Lc 2, 39).
Vemos, pues, que las pruebas evangélicas sobre el nacimiento de Jesús en Belén son más bien débiles. En cambio son abrumadores los datos del Nuevo Testamento en contra. Por eso, la mayoría de los biblistas actualmente sostiene que la ciudad natal de Jesús no habría sido Belén sino más bien Nazaret. ¿Por qué entonces Mateo y Lucas colocan su nacimiento en Belén, en los relatos de la infancia?
Hoy los estudiosos sostienen que el nacimiento de Jesús en Belén, más que una indicación histórica, es una exposición teológica. O sea, los evangelistas Mateo y Lucas pretendieron transmitir una idea religiosa, pero enunciada en forma de relato histórico, con el fin de dejar una enseñanza. Se trata de una manera de expresarse muy propia de los pueblos semitas. ¿Y cuál es la enseñanza que quisieron expresar con el nacimiento de Jesús en Belén? Quisieron decir que Jesús era el famoso Mesías esperado por el pueblo de Israel.
Para entender por qué fue necesario relatar el origen belenita de Jesús, tengamos en cuenta que para la mentalidad judía, el futuro Mesías tenía que ser un descendiente de la familia del rey David. Esta esperanza se fundaba en una antigua promesa que el profeta Natán había hecho al mismo rey David, cuando éste vivía. Según esa profecía, Dios había asegurado a David que nunca iba a faltar un descendiente suyo como sucesor en el trono de Jerusalén (2Sam 7, 4-16). Frente a la inseguridad en la que vivían los monarcas antiguos, de que no les naciera un hijo varón para que les sucediera, y de que otra familia reinara en su lugar, Dios le garantizó a David que siempre gobernaría Jerusalén un descendiente suyo (un mesías, es decir un ungido), y que lo haría con sabiduría y con justicia.
Pero cada nuevo rey que subía al trono de Jerusalén, era una nueva desilusión para la gente, que veía cómo se sucedían gobernantes corruptos y malvados, desentendidos del pueblo y preocupados sólo por sus intereses personales. Por eso, cada vez que moría un rey y subía su hijo, el pueblo se preguntaba si éste sería el Mesías que estaban esperando, que traería la prosperidad y la paz al pueblo.
Desplazando el nacimiento de la capital
Hacia el año 500 a.C. apareció en Jerusalén un profeta anónimo haciendo un anuncio que iba a modificar las expectativas que hasta ese momento había sobre el Mesías. Esa profecía hoy se encuentra en el libro de Miqueas, y dice así: "Pero tú, Belén de Efratá, aunque eres pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el que ha de dominar Israel... Él gobernará con el poder y la majestad de Yahvé su Dios" (Miq 5, 1-3).
El profeta anunciaba que sí iba a llegar el tan ansiado Mesías. Pero hacía una aclaración: iba a venir de Belén, de donde procedía el rey David. Hasta ese momento, todos los reyes nacían en Jerusalén, la capital del país, porque allí se había establecido David y allí estaba la corte real. Pero ahora Miqueas anuncia que el futuro Mesías, descendiente de David, procederá de la ciudad de David (Belén) y no de Jerusalén.
¿Qué significaba esto? Sin duda el profeta no se refería, al menos directamente, al nacimiento de Jesús, que vendrá al mundo medio milenio más tarde. Los profetas no adivinaban el futuro, ni eran clarividentes, ni buscaban predecir hechos desvinculados de la realidad en la que vivían. Su misión era anunciar una palabra de Dios que tuviera que ver con el presente de sus oyentes.
Lo que el profeta quiso decir era que Dios no miraba con buenos ojos a la corte de Jerusalén. Esta ciudad, en la que se habían prostituido tantos reyes con el lujo y el poder, no era el mejor ambiente para que surgiera el Mesías. David, el rey más grande que tuvo Israel, había nacido en la humilde Belén. Si ahora ellos querían tener al nuevo Mesías, había que volver a preparar el mismo ambiente de Belén.
La profecía no pretendía fijar un lugar geográfico para el nacimiento del sucesor del rey. Simplemente proponía a los gobernantes de Jerusalén volver a la humildad y sencillez de sus orígenes. Es decir, sugería cortar con el actual modo de hacer política, abandonar la conducta que ostentaban los dirigentes y volver al estilo de vida que se tenía en aquel pasado remoto e ideal, que una vez sirvió para que naciera un gran rey. La profecía era una constante advertencia de lo que Dios quería para los reyes de Israel.
El objetivo de las formas literarias
Con el paso del tiempo la profecía de Miqueas se volvió famosa, de tal manera que en la época de Jesús un gran sector del judaísmo, aunque no todos, esperaba literalmente que el futuro Mesías naciera en el pueblo de Belén. Por eso, durante los primeros años del cristianismo, cuando los apóstoles salieron a proclamar el Evangelio después de la resurrección de Jesús, tuvieron dificultades en ciertos ambientes judíos, porque Jesús era de Nazaret, un lugar remoto y desconocido, que en nada favorecía a su figura davídica y mesiánica.
Frente a este problema, algunas comunidades cristianas, que gustaban de preparar sus predicaciones en formas de relato, decidieron presentar el nacimiento de Jesús como sucedido en la ciudad de Belén. Por supuesto que no pretendían falsear la realidad, como puede parecernos a nosotros, los lectores modernos, que con nuestra mentalidad occidental distinguimos exactamente cuál es un dato histórico y cuál no lo es. A los primeros cristianos no les preocupaba el hecho puramente histórico de que Jesús hubiera nacido en Nazaret. La certeza de que Él era el Mesías esperado constituía lo único importante. Y esta idea no podía ser explicada sino mediante las formas y los géneros literarios propios de los judíos de aquel tiempo. Por lo tanto, cuando Mateo y Lucas afirman que Jesús nació en Belén, lo que están diciendo es que Jesús es realmente el Mesías que todos esperaban; el que cumplió las expectativas que ningún otro rey de Israel había cumplido. El acento de los evangelistas está puesto en esta idea. Y así lo entendieron y tomaron también los lectores de los primeros siglos.
Dos maneras de nacer según el pensamiento de la época
Cuando Marcos, el primer evangelista que escribió, compuso su relato, no incluyó el dato del nacimiento de Jesús en Belén. Como la mayoría de sus lectores eran de origen pagano, no tuvo problemas en conservar el recuerdo de que había nacido en Nazaret.
En cambio cuando escribieron Mateo y Lucas, muchos de sus lectores eran cristianos procedentes del judaísmo, a los cuales sí les preocupaba que Jesús fuera el verdadero Mesías esperado por Israel, el descendiente de David. Entonces ambos evangelistas, para expresar esta idea, recurrieron a la narración teológica de su nacimiento en Belén. Eso sí, cada uno empleó una diferente, según la que ellos conocían. Así, Mateo presentó a Jesús naciendo en Belén porque su familia era de allí; y Lucas presentó a Jesús naciendo en Belén por un accidente histórico.
Finalmente Juan, que al momento de componer su Evangelio había llegado a la convicción de que Jesús era Dios, es decir, existía desde siempre, desde antes de venir al mundo, tampoco tuvo interés de incluir el nacimiento de Jesús en Belén. Su origen terreno, en Belén o en Nazaret, no tenía para él ninguna importancia, porque en realidad su verdadero origen era el cielo; él procedía de Dios (Jn 1, 1-18), y eso bastaba para declararlo Mesías. Por eso Juan, al igual que Marcos, conservó el dato histórico del origen nazareno de Jesús.
¿En qué quedamos?
¿Dónde nació pues Jesús? Probablemente en Nazaret. Su origen nazareno aparece afirmado en veinte lugares del Nuevo Testamento. En cambio las dos únicas veces que aparece Belén como su patria son Mt 2 y Lc 2. ¿Y el nacimiento de Jesús en Belén? Esta noticia no es un dato civil, sino una afirmación teológica; no expresa una evidencia administrativa sino una idea religiosa.
Decir que Jesús nació en Belén sigue siendo para nosotros, como lo fue para los primeros cristianos, una afirmación fundamental. Equivale a decir que Dios, a pesar de ser omnipotente y poderoso, optó por una ciudad minúscula. Es decir, prefirió apostar por la debilidad, por la humildad, por los oprimidos, por la mansedumbre. Significa que un Mesías frágil y endeble basta para quebrar el poder de los poderosos de este mundo. Y que quienes afirman seguir a este Mesías deben emplear sus mismas armas.
Hoy, que nos emocionamos tanto cuando llega la Navidad al recordar el humilde origen belenita de Jesús, pero que después, el resto del año, apostamos por la fuerza, la prepotencia, la soberbia y la superioridad, sería bueno que lo tuviéramos en cuenta.
EL ORIGEN GALILEO INDISCUTIBLE
Para paliar un poco la discusión sobre el origen de Jesús, nos referiremos a lo que geográficamente no hay margen de dudas: Su origen Galileo.
El Nuevo Testamento distingue la “Región del Jordán” (Mateo 3, 5), de la región “Al otro lado del Jordán” (Mateo 4, 15; Mateo 19, 1), situada en la ribera izquierda (oriental) del río, habitada por no israelitas, no judíos, y que actualmente corresponde al estado de Jordania. Varios episodios del Nuevo Testamento se ambientan a orillas del río Jordán. El más importante es el relato del bautismo de Jesús de manos de Juan el Bautista, narrado explícitamente por los tres evangelios sinópticos (Mateo 3, 13-17; Marcos 1, 9-11; Lucas 3, 21-22) y tangencialmente por el evangelio de Juan (Juan 1, 29-34).
Jesús de Nazaret nació y vivió en el espacio del Oriente Medio llamado aun hoy Palestina (país de los filisteos). Desde el año 64 a. C., esta región formaba parte del imperio romano. Históricamente ha recibido diferentes nombres: Judea, Canaán, Israel, Tierra Santa, etc. (aunque cada uno de ellos alude a realidades geográficas difusas y no estrictamente coincidentes).
Jordán significa "el que baja", porque pasa de una altura de 520 m.s.n.m. en su nacimiento, a una de 392 m. bajo el nivel del mar cuando desemboca en el mar Muerto.
Estaba dividida en cuatro provincias:
Ø Galilea
Ø Samaria
Ø Judea
Ø Perea
Galilea
Está situada al norte, en su parte montañosa están las ciudades de Naím, y Caná, entre ellas se encuentra Nazaret que dista de Jerusalén unos 140 km; y está al borde de un precipicio por el que trataron de arrojar a Jesús sus propios paisanos. En Nazaret vivían María y José y allí se crío Jesús, según el Evangelio de San Juan 1,46.
La parte más llana de Galilea, se situaba alrededor del lago o "Mar de Tiberíades",9 también llamado "Mar de Galilea",10 "Lago de Genesaret". Tiene 21 km de largo y 12 de ancho, está situado a 210 m bajo el nivel del mar.
Jesús frecuenta las orillas del lago porque en ella se desarrolla la vida, en ella se acumula la población, por ejemplo: Cafarnaúm, de donde son Pedro y Andrés.
A los habitantes de Galilea se les llamaba galileos. Aun siendo judíos, vivían como en una isla rodeada de pueblos paganos. Como era una vía comercial, existía constante tránsito de caravanas y, por consecuencia, se producía una mayor mezcla de etnias y culturas. Los galileos, por el contacto con otros pueblos estaban más abiertos a otras culturas y modos de ser, por eso eran de un espíritu religioso menos observante y escrupuloso que los judíos de Judea. Estos, más minuciosos y legalistas, consideraban a la zona semi pagana y desde tiempos pasados la llamaban "Galilea de los paganos". Posiblemente por eso los letrados (fariseos y escribas) despreciaban a Jesús y sus discípulos; "¿Es que también tú eres de Galilea?". "Estudia y verás que de Galilea no surge ningún profeta" (Jn.7, 52). De lo anterior se deduce, que entre los pueblos judíos, Galilea era la que menos guardaba parecidos a las otras tres provincias, no sólo en lo referente a la rigurosidad religiosa, sino cultural y étnicamente. No es de extrañarse que por su cercanía a los pueblos griegos con los cuales mantenían un comercio fluido, haya existido otros tipos de interacciones.
¿CÓMO ERA JESÚS?
El testimonio de los historiadores laicos concerniente a la apariencia de Jesús está marcado grandemente por varios factores, que a su vez dan cuenta de las diferencias principales que se observan en la iconografía de Cristo. Dos de ellos son la cultura de los países donde se realizaron las obras y la época en que se llevaron a cabo. Además, las creencias religiosas de los artistas y de sus clientes influyeron en las representaciones que se hicieron de Jesús.
En el transcurso de los siglos, maestros de la talla de Miguel Ángel, Rembrandt y Rubens se interesaron mucho por el físico de Cristo. Sus obras, cargadas a menudo de simbolismo y misticismo, han moldeado a buen grado el concepto que tiene el público en general de la fisonomía de Jesús. Ahora bien, ¿qué fundamentos tenían sus interpretaciones?
Con anterioridad a Constantino (emperador romano que nació en torno al año 280 y murió en el 337 de nuestra era), solía representarse a Jesús como joven “Buen Pastor”, de pelo corto o de largos cabellos rizados. El libro Art Through the Ages (El arte a lo largo de los siglos) dice al respecto: “El tema del Buen Pastor se remonta, por vía del arte griego arcaico [pagano], a Egipto, si bien se convierte en el símbolo del fiel protector de la grey cristiana”.
Con el tiempo, la influencia pagana se agudizó aún más. “Jesús —agrega el libro— podía identificarse fácilmente con los dioses conocidos del mundo mediterráneo, en particular con Helios (Apolo), el dios sol [cuyo halo se aplicó con posterioridad a Cristo y luego a los “santos”], o, en su versión occidental romana, el Sol Invictus (Sol Invicto).” En un mausoleo descubierto bajo la basílica de San Pedro, de Roma, Jesús aparece de hecho como Apolo, “guiando por los cielos los caballos del carro solar”.
Pero esta representación juvenil no fue muy duradera. Adolphe Didron señala en su libro Christian Iconography (Iconografía cristiana) lo que ocurrió: “La figura de Cristo, en sus inicios juvenil, envejece de siglo en siglo [...] en consonancia con la mayor edad del cristianismo”.
Un texto del siglo XIII, que pretende ser una carta que dirige un tal Publio Léntulo al senado romano, contiene una descripción del físico de Jesús en la que se dice que tenía los “cabellos color avellana [castaño] claro, lisos hasta las orejas, luego rizados y con reflejos azulados y brillantes, sueltos sobre los hombros, y partidos en medio de la cabeza [...], barba abundante, del mismo tono que el cabello, poco larga, y algún tanto partida en medio del mentón; [...] con ojos verde [...] claro”. Este retrato influyó en multitud de artistas posteriores. No obstante, “cada época —afirma la New Catholic Encyclopedia— creó el tipo de Cristo que deseaba”.
Otro tanto cabe decirse de cada raza y religión. El arte religioso de las misiones en África, América y Asia representa al Cristo occidental de pelo largo, aunque a veces, según comenta la citada obra, se añadieron “rasgos autóctonos” a su apariencia.
Los protestantes también cuentan con sus artistas, que han interpretado el exterior de Jesús a su manera. En su libro Christ and the Apostles—The Changing Forms of Religious Imagery (Cristo y los apóstoles: las formas cambiantes de la imaginería religiosa), F. M. Godfrey señala: “El Cristo trágico de Rembrandt emana del espíritu protestante; aparece pesaroso, cadavérico, severo, [...] a imagen del alma protestante, introvertida y sacrificada”. Estos aspectos se reflejan en “la delgadez de Su cuerpo, la renunciación de la carne, la ‘humildad, el patetismo y la solemnidad’ con que concebía [Rembrandt] la epopeya cristiana”.
Sin embargo, veremos que el Cristo endeble, aureolado, afeminado, melancólico y de largos cabellos que suelen presentar las obras artísticas de la cristiandad no corresponde a la realidad y es, de hecho, muy diferente del Jesús bíblico.
Dado que Jesús, “el Cordero de Dios”, no tenía defecto alguno, debió de ser un hombre apuesto (Juan 1:29; Hebreos 7:26). Sin duda, no tendría siempre el aire melancólico que presenta en el arte popular. Aunque padeció muchas aflicciones, su carácter habitual reflejaba a la perfección el de su Padre, el “Dios feliz” (1 Timoteo 1:11; Lucas 10:21; Hebreos 1:3).
¿Tenía el cabello largo? Los únicos que no se cortaban el pelo ni bebían vino eran los nazarenos. Dado que Cristo no era uno de ellos, debió de llevarlo bien recortado, como todo varón judío (Números 6:2-7). También bebía con moderación cuando estaba acompañado, lo que respalda la idea de que no era una persona adusta (Lucas 7:34). Hasta hizo vino milagrosamente en un banquete nupcial celebrado en Caná de Galilea (Juan 2:1-11). Y es patente que tenía barba, como lo atestigua una profecía referente a sus padecimientos (Isaías 50:6).
Por lo visto, no se observaban grandes diferencias físicas entre Jesús y los apóstoles (la mayoría, galileos como él), pues a la hora de traicionarlo, Judas tuvo que besarlo para que lo identificaran sus enemigos. Como vemos, podía pasar inadvertido entre las multitudes. Y así lo hizo al menos en una ocasión, cuando viajó de incógnito desde Galilea hasta Jerusalén (Marcos 14:44; Juan 7:10, 11).

Algunos lectores han deducido que Cristo debió de ser de constitución débil. ¿Por qué razones? Por un lado, porque hubo que ayudarle a cargar con el madero de tormento. Además, de los tres hombres que sufrieron este suplicio, él fue el primero en morir (Lucas 23:26; Juan 19:17, 32, 33).
En desacuerdo con la tradición, la Biblia no indica que fuera endeble. Por el contrario, señala que, ya de joven, “siguió progresando en sabiduría y en desarrollo físico y en favor ante Dios y los hombres” (Lucas 2:52). La mayor parte de sus tres decenios de vida la dedicó a la carpintería, ocupación que no hubiera sido la indicada para alguien de complexión débil, máxime cuando no se contaba con la ayuda de la maquinaria moderna (Marcos 6:3). Asimismo expulsó del templo a las reses, las ovejas y los cambistas, a quienes además les volcó las mesas (Juan 2:14, 15). Estas acciones también muestran que era un hombre fuerte y varonil.
Durante los últimos tres años y medio que vivió en la Tierra, caminó centenares de kilómetros en sus viajes de evangelización. Sin embargo, ni una sola vez le recomendaron los discípulos que ‘descansara un poco’. Más bien, fue Jesús quien les dijo a ellos —algunos, recios pescadores— lo siguiente: “Vengan, ustedes mismos, en privado, a un lugar solitario, y descansen un poco” (Marcos 6:31).
“Todos los relatos evangélicos —señala la Cyclopædia de M’Clintock y Strong— indican [que] gozaba de una magnífica salud física.” Si así es, ¿por qué tuvieron que ayudarle a llevar el madero de tormento y por qué murió antes que los que padecían junto a él el mismo suplicio?
LA MERMA DE SUS FUERZAS FÍSICAS
Un factor primordial es la terrible angustia que sufrió. Al aproximarse su ejecución, dijo: “En verdad, tengo un bautismo con que ser bautizado, ¡y cuán angustiado me siento hasta que quede terminado!” (Lucas 12:50). La angustia acabó convirtiéndose en “agonía” en su última noche: “Entrando en agonía, continuó orando más encarecidamente; y su sudor se hizo como gotas de sangre que caían al suelo” (Lucas 22:44). Jesús era consciente de que las perspectivas que tenía la humanidad de obtener vida eterna dependían de que él se mantuviera íntegro hasta la muerte. ¡Qué peso tan abrumador! (Mateo 20:18, 19, 28.) También sabía que el propio pueblo de Dios iba a ejecutarlo como criminal “maldito”. De ahí que le preocupara la deshonra que esto podía ocasionar a su Padre (Gálatas 3:13; Salmo 40:6, 7; Hechos 8:32).
Una vez traicionado, padeció una agresión tras otra. En un juicio simulado que se celebró a altas horas de la noche, las principales autoridades del país le escarnecieron, le escupieron y le dieron puñetazos. A fin de aportar un aire de legitimidad a aquel proceso nocturno, se celebró otro a primeras horas de la mañana, en el que lo interrogó Pilato; otro tanto hizo después Herodes, quien, al igual que sus soldados, se burló de él. Tras esto, volvió a manos de Pilato, que finalmente lo hizo flagelar. La flagelación romana no se limitaba a simples azotes. La revista The Journal of the American Medical Association la describe así:
“El instrumento habitual era un látigo corto [...] con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de diversa longitud, que tenían atadas a intervalos bolitas de hierro o pedazos cortantes de hueso de oveja. [...] Cuando los soldados romanos flagelaban la espalda de la víctima con todas sus fuerzas, las bolas de hierro le ocasionaban contusiones profundas, y tanto las tiras de cuero como los huesos de oveja le desgarraban la piel y los tejidos subcutáneos. Durante el proceso de la flagelación, las laceraciones llegaban hasta los músculos esqueléticos subyacentes y formaban tiras temblorosas de carne sangrante.”
Es obvio que Cristo había ido perdiendo las energías mucho antes de desplomarse bajo el peso del madero que llevaba. De hecho, la citada revista añadió: “Las agresiones físicas y psíquicas por parte de judíos y romanos, así como la falta de comida, agua y sueño, también contribuyeron a su debilidad general. Así pues, ya antes de la crucifixión, el estado físico de Jesús era como mínimo grave y posiblemente crítico”.

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