LA PROCESIÓN. PERCY ZAPATA MENDO.
LA PROCESIÓN
“Déjame
decirte hijito que una mujer nada saca de estar metiéndose en donde no le han
llamado, o ponerse en las ventanas o puertas a tratar de indagar sobre la vida
de los demás, descuidando a su propia familia, eso es oficio de vagas y
chismosas. La mujer decente no chismosea, se dedica a su hogar o a su trabajo”.
De esta manera empezó su narración mi abuelita Rosalina, con una repasata de
buenos modales y costumbres.
“Cuando era
una guagua1 y vivía en la
casa de mis taitas2 allá
por la lejana sierra, en ese lugar también vivía una señora muy chismosa que se
ponía a husmear desde la puerta de su casa lo que acontecía en la de sus
vecinos e inmediatamente se ponía a cotorrear con las otras mujeres tentadas
por su filosa y maledicente lengua, descuidando a su esposo e hijos.
Esta
mujercita estaba escudriñando hasta muy de madrugada, a tal extremo que al día
siguiente no se levantaba al canto del gallo, sino del coclear asmático de las
gallinas, y siempre con la tremenda pechuga3
de molestarse si su esposo le reclamaba.
Una de esas
noches cercana a Semana Santa, vio a través de los enormes ventanales de la Iglesia
que quedaba al fondo de su cuadra, que sus luces se encendían tímidamente, una
tras de la otra, y a pesar que la Iglesia y otros pocos edificios tenían ya luz
a gas, vio que en el Templo los vidrios traslucían las iluminaciones lóbregas de
unas velas, que lejos de alumbrar más, terminaban por acentuar las sombras.
Repentinamente
se abrieron las puertas de la Parroquia y salió una larguísima procesión de
monjes, que tenían bien calada su capucha cubriéndoles toda la cabeza, y todos llevaban en sus manos unos largos cirios que
no emitían la incandescencia necesaria.
Al pasar
frente a su casa, el primero de ellos se le acerco muy amablemente:
-¿Hermanita,
podrías hacernos el favor de guardarnos estas velitas? Que la próxima semana
pasaremos a estas horas recogerlas.
La muy
ladina empezó a maquinar un plan, tan pronto como acopiase los cirios, que eran
un artículo caro para la época, pensaba venderlos y mudarse a la casa de un
familiar en otra provincia hasta que las aguas se calmasen, para después
regresar como si nada hubiera pasado.
Y cada monje
con la capucha bien puesta y con la cabeza gacha como en penitencia o tal vez
un trance religioso, le iban entregando su respectivo cirio. La deslenguada
solicita y feliz iba haciendo rumas de cirios en la sala de su casa, hasta que
pasado varios minutos, era ya poseedora de más de trescientas de esas gigantescas
velas.
Muy contenta
y haciendo cálculos sobre cuánto le reportaría de ganancia la venta de esas
bujías, se fue a dormir a su lecho con el sueño de los pícaros ante una
artimaña redonda.
Al día siguiente,
presurosa fue a ver los cirios mientras pensaba en contratar a un compadre suyo
poseedor de una acémila, para valerse de ella para transportarlos hasta la
capital de la provincia donde le darían seguramente mejor precio. Al llegar a
la habitación donde había dejado los cirios, vio con horror que lo que eran
velas sagradas, se habían convertido en canillas4 y fémures de cristianos…el grito se le ahogó en la
garganta…se quedó paralizada por un buen rato, y cuando recobró parte de su
dominio, se precipitó a la calle aullando como una posesa y no paró hasta el
púlpito de la Iglesia donde el Padre estaba aún celebrando la Santa Misa.
-¡Padre, Padre,
que me lleva al patudo5,
me lleva el patudo, confesión Padre, confesión…!
-Cálmate
hija, cálmate y cuéntame lo que te aterra.
La habladora
se sentó en la banca más próxima, tomo a sorbos el vaso con agua que por arte
de magia apareció alcanzado por uno de los solícitos feligreses que estaban a
esa hora en misa.
Atolondradamente
la mujer les narró lo acontecido en la madrugada, despertando exclamaciones de
sorpresa, gente haciéndose la señal de la cruz y no pocos escandalosos(as) que
fueron corriendo a gritos a la calle anunciando el fin del mundo.
Una vez ya
solos y la mujer sosegada por unos buenos tragos de Agua de Azahar6, le narró cómo habían sido
los eventos al Padre, con lujo de detalles y exagerando en no pocos pasajes el
relato.
El Padre se
puso pensativo, y le aconsejó que esa noche escondiera bajo un manto a un niño
de pecho, que cuando estuvieran ya en su casa los monjes a reclamar sus velas y
de paso, probablemente llevársela a ella, pellizcara al rorro para hacerle
llorar, de esta manera, los enviados del mas allá por no cargar con el infante,
la dejarían en paz.
Así hizo esa
noche la chismosa, se agenció de un nene que le pidió a una vecina suya
‘cuidar’ mientras aquella hacía sus quehaceres con ‘paciencia’. Bordeaba ya la
media noche, cuando sintió sendos toques en su puerta, fuertes y pausados…al
abrir, se dio con la cara…mejor dicho, con la ausencia de cara del monje bajo la sombra de la capucha…éste con
voz muy amable pero firme, la invitó a
unírseles en la procesión. La muy ladina siguiendo los consejos dados
previamente por el sacerdote, cargó en sus brazos al mamón y le dio un pellizco
que le levantó de su soporífero sueño, rompiendo inmediatamente en llanto a la
cruel acción. Los monjes que habían ya cruzado el dintel de la puerta y estaban
por asir a la mujer, se sobresaltaron ante los quejidos lastimeros del pequeño
mientras retrocedían moviendo sus extremidades superiores muy contrariados.
-Bien
hermanita-manifestó el monje líder- por hoy no nos acompañarás, por hoy nos
conformamos de tu ausencia entre nosotros…pero volveremos a insistir…hasta
dentro de muy poco.
Y cuando los
monjes ya se retiraban con los huesos que se habian transformado otra vez en
cirios, habló nuevamente el que llevaba
la voz cantante:
-¿Hermanita,
podrías guardarme esta bolsita con limosnas? Es para el rezo de un pecador que
no supo contenerse a la avaricia.
La vieja
picada por la curiosidad aceptó el bolso que resultó ser pesado, pero éste no
estaba bien sujeto por el borde que se desasió el nudo dejando escapar parte de
su contenido, desparramándose por la tierra varios doblones de oro macizo…el
brillo de la codicia nuevamente se aposento en sus ojos. Dejó al nene en una
mesa aledaña para recoger las monedas...y ni bien tocó apenas uno de los
dineros…la mujer desapareció.
Al día
siguiente no se supo más de la vieja deslenguada, solo estaba el bebé llorando
de hambre sobre el tablero de la casa.
¿Ves por qué
el chisme es una mala costumbre de los ociosos, mi cholo güañón7?”.
Y esta costumbre
de no mirar ni entrometerme en altercados familiares que no me competen la mantengo a rajatabla aun en la actualidad…y
por siempre.
VOCABULARIO:
1.- GUAGUA: Niño(a).
2.- TAITA: Señor(a).
3.- PECHUGA: Sinvergüencería.
4.- CANILLAS: Tibias.
5.- PATUDO: Diablo, Demonio, Satanás.
6.- AGUA DE AZAHAR: “Azahares” o “flor de azahar”, es el nombre de varias flores blancas, por antonomasia, la del naranjo o limonero. El nombre procede del árabe hispánico azzahár,
y este del árabe clásico az-zahr (flores). El nombre se asocia
popularmente a la flor de naranjo, la más apreciada por su belleza, aroma y
propiedades tradicionalmente consideradas terapéuticas. En nuestro país, se le usa por sus propiedades
sedantes.
7. GUAÑÓN: Consentido, “chocho”.
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