LA LEYENDA NEGRA SOBRE LA SANTA INQUISICIÓN. PERCY ZAPATA MENDO.
LA
LEYENDA NEGRA SOBRE LA SANTA INQUISICIÓN
No
hace mucho más de dos décadas atrás, el Vaticano presentó un libro, “La Inquisición”, con las ponencias de
un simposio celebrado en 1998, advirtiendo que, como todavía no habían
terminado de ver todo, proseguirían las investigaciones sobre los libros
prohibidos que en 1559 el Santo Oficio retiró de la Biblioteca Vaticana. Con
las conclusiones del simposio en sus manos, el papa Juan Pablo II tuvo
oportunidad de volver a pedir perdón por "los
errores cometidos en el servicio a la verdad recurriendo a métodos no
evangélicos", aunque afirmó que su acto de contrición no se extendía a
"ciertas imágenes difundidas en la
opinión pública, con más mito que realidad". Y para desvirtuar lo que
consideró "exageraciones" y
"lugares comunes" que
alteraron la supuesta verdad histórica, la Santa Sede, a través de su experto
Agostino Borromeo, dio cifras espeluznantes: los procesados por herejía o
brujería quemados vivos en los autos de fe fueron 50.000, "la mayor parte condenados por tribunales civiles".
Señaló que en España, donde funcionaban los tribunales de fama más siniestra,
entre 1540 y 1700, la época más intensa, se realizaron 44.674 juicios inquisitoriales,
de los que 800 (el 1,8%), terminaron con la ejecución del reo.
Estas
cifras contrastan monumentalmente con las vertidas por autores que refieren han
realizado acuciosas investigaciones. Por ejemplo, mencionan que “en Cuba murieron de 8 a 12 millones, en la
Florida lo mismo en la Argentina, 18 millones, (es decir, 36 millones en total);
en México, de 24-30 millones; en Centro América, unos 16 a 19 millones”… “Y
existen lugares como el Uruguay donde no quedo más que un número muy pequeño o
prácticamente desaparecieron...En la baja california de México no quedo nadie”.
Estas cifras escritas muy a la ligera y sin sustento histórico (pues superan
largamente la población en total en la América Española de esos entonces) han
sido tomadas como verídicas y han servido como sustento para atacar
inmisericorde a la Iglesia Católica más durante estos últimos años, acusaciones
que sacan a relucir bajo cualquier pretexto los grupos que blasonan laicismo o
agnosticismo.
¿Qué
fue entonces el Santo Oficio o Tribunal de la Santa Inquisición, que surgió en
el siglo XIII para combatir herejías, se extendió por toda Europa llegando a
América a través del imperio español y fue abolido formalmente el 10 de junio
de 1820?
El
Santo Oficio comenzó en el siglo XIII, en plena Edad Media, un mundo con
hambrunas enormes, sacudido por profecías apocalípticas y convulsionadas por
las luchas políticas, religiosas y de fronteras que defendían los enormes
bienes terrenales de la Iglesia Católica, de las monarquías y de una incipiente
burguesía de señores feudales enriquecidos justamente por su condición de
soldados. En ese mundo o, tanto el poder secular como el religioso consideraban
diabólicos a todos los disidentes en ideas políticas y concepciones religiosas
que el Cristianismo no había logrado sofocar, ni siquiera con las armas de los
Cruzados.
Los Herejes y las brujas
Poco
a poco, toda la disidencia de la época fue englobándose bajo el nombre de
herejía que, literalmente, significa selección. Porque el mayor pecado en el
siglo XII era seleccionar y descartar algunos de los principios que integraban
el conjunto de la fe católica, considerada una verdad indiscutida y la única
garantía de la supervivencia no sólo de la misma Iglesia, sino también del
Estado, del orden público y de las autoridades constituidas. Aunque la Iglesia
prefería referirse a la necesidad de custodiar la moral y las buenas
costumbres, y defender las almas de los creyentes del peligro que significaban
los herejes para su salvación.
¿Qué decir de la caza de brujas?
Las
piras ardían asando los cuerpos femeninos, mientras el público medieval miraba
con alivio y terror el incendio que garantizaba el triunfo intemporal del Bien
sobre el Mal. Eran mujeres a las que se acusaba de pactar con el Diablo y de
mantener relaciones carnales con él, de comerse a los niños, de protagonizar
orgías (aquelarres) y de proceder como sanadoras, es decir, curar a la gente
con hierbas que sólo ellas conocían. ¿Cuántas viejas comadronas fueron quemadas
por brujas?
Los
expertos del Vaticano acaban de difundir las cifras tan frecuentemente citadas:
En Italia, sobre 13 millones de habitantes, terminaron en la hoguera 1.000
mujeres; y en Francia, con 20 millones de habitantes, hubo 4.000 mujeres
quemadas; en tanto que en la Alemania que era feudo de los protestantes, de 16
millones de habitantes, mandaron y murieron en la hoguera 25.000 mujeres
acusadas de brujas. Es que los protestantes -que junto con la Iglesia Católica
y la Iglesia Ortodoxa son una de las tres confesiones del Cristianismo- también
tuvieron su propia Inquisición, con los mismos métodos que el Santo Oficio. Es
un error concebir la persecución de los herejes como algo impuesto por la
Iglesia al estado laico, y que éste la miraría con repugnancia e indiferencia.
No fue así. La Inquisición fue un tribunal mixto, del Estado y de la Iglesia,
que se ocupaba de juzgar los delitos relacionados con la Fe y la moral y las
buenas costumbres, englobados bajo el nombre de herejía. Y, como buena sociedad
mixta, repartieron las tareas: los religiosos se ocupaban de inquirir,
investigar y dictaminar la magnitud del pecado y los tribunales civiles
aplicaban los códigos para las penas merecidas. No podía haber sido de otra
forma, porque la participación de la Iglesia era crucial a la hora de
determinar si la herejía se debía a un error, producto de la ignorancia o si
escondía aviesos motivos, porque aportaba el conocimiento técnico necesario.
Por eso la búsqueda y el enjuiciamiento de los herejes fue, en un principio,
competencia de los obispos.
Pronto
se vio que el obispo no podría con su tarea. Porque sólo alcanzaba a su
diócesis y por tanto, era muy limitado como para hacer frente a un problema
internacional. Y porque no tendría tiempo para realizarla. En una bula de abril
de 1233, el papa Gregorio IX fundamenta la necesidad de crear un cuerpo
especial en el hecho de que los obispos están
"oprimidos por un torbellino de vigilancias" y por unas "inquietudes abrumadoras" y
afirma que, por tanto, ha decidido enviar a los frailes dominicos y a los
franciscanos para que libren la batalla contra los herejes de Francia. Esta
carta, que se considera el origen fundacional de la Santa Inquisición,
introduce en la escena a los dominicos, una orden idónea para la tarea porque
estaban libres de lazos monásticos o parroquiales, porque tenían elevados y aún
inmaculados ideales de veneración hacia el espíritu de sus fundadores, celo
misionero y grandes dotes intelectuales, especialmente entre sus predicadores.
De
acuerdo con lo dispuesto por el Papa, los frailes, como expertos, colaborarían
con los obispos en la investigación y enjuiciamiento de casos de perversión
herética. Y en principio, su autoridad se consideró como coordinada con la de
los obispos, pero antes de que pasara mucho tiempo, los obispos fueron
relegados a un segundo plano, a pesar de las protestas contra la usurpación de
poderes. De hecho, en los nuevos tribunales de la Inquisición, la figura
central no era la del obispo sino la del fraile inquisidor. Si algo faltaba
para terminar de delinear la cara siniestra de la Inquisición fue la bula Ad
extirpanda, del papa Inocencio IV que en 1252 justificó la tortura para "aportar a la luz la verdad".
Así
el Santo Oficio fue conocido como la Santa Inquisición, porque el inquisidor
era el personaje más importante en la caza de herejes. Además de actuar como
juez, fuera de las paredes del tribunal actuaba como investigador, de modo tal
que él y sus auxiliares también tenían a su cargo la función policial de llevar
a los tribunales al delincuente que luego iba a ser juzgado. Los rasgos del
método inquisitorial chocan con las más elementales concepciones modernas de
justicia y equidad.
Todo
el peso de la prueba recaía sobre el acusado quien, al mismo tiempo, estaba
privado de medios para defenderse con eficacia. La atmósfera llena de secreto,
la prohibición de todo contacto entre el procesado y sus familiares y amigos;
la supresión de los nombres de los testigos; la ausencia de un defensor probo y
de oportunidad para las repreguntas; la tortura y la lentitud agotadora del
proceso, se combinaban para que el acusado no pudiera demostrar su inocencia.
La detención podía caer como un rayo. Podía tener lugar a medianoche,
despertando al acusado y conduciéndolo a la prisión secreta de la Inquisición
en un estado de confusión y aturdimiento. En ningún caso el detenido sabía el
delito preciso que se le imputaba ni quiénes eran sus delatores. Se apropiaban
de todos sus documentos y, si el delito imputado era grave, se le confiscaban
inmediatamente sus bienes en vista de que, en caso de condena -cosa que podía
ocurrir después de meses y aún años, si es que ocurría-, le serían confiscados.
Después
de pasar la noche solo en un calabozo, se lo conducía a la Cámara de torturas,
donde aparecía la horrible figura enmascarada del ejecutor, se le rogaba que se
salvase confesando voluntariamente. Si se rehusaba o manifestaba no saber nada,
se lo desnudaba dejándole sólo unos calzones y se le volvía a pedir que
confesara. Si el acusado se rehusaba, comenzaba la tortura. Además del ejecutor
y los frailes especializados en herejía, un notario tomaba nota meticulosa, no
sólo de lo que la víctima confesaba sino de sus gritos, llantos, lamentaciones,
interjecciones entrecortadas y voces pidiendo misericordia. De ahí que los
especialistas aseguran que lo más impresionante de la literatura de la
Inquisición no son los relatos de las víctimas acerca de sus sufrimientos, sino
los sobrios informes de los funcionarios de los tribunales que angustian y
horrorizan precisamente porque no pretenden conmover.
A
la ferocidad de sus métodos de tortura se debe la fama de la Inquisición
Española, que surgió mucho más tardíamente, en 1478, cuando fue creada por el
papa Sixto IV, a pedido de los reyes católicos, Isabel y Fernando que
pretendían unificar la península bajo la Fe religiosa, disgregada en
comunidades dispersas que, a fuerza de una convivencia de siglos, se había
integrado con judíos y musulmanes.
Los
inquisidores podían ser nombrados directamente por los reyes católicos, y fue
Tomás de Torquemada quien pasó a la historia porque se lo asoció con las
matanzas y consiguió la expulsión de los moros de España. De hecho, la
Inquisición Española fue el resultado de tres factores:
1)
la determinación de lograr la uniformidad religiosa, a pesar de su gran
población judía y musulmana;
2)
el fracaso de políticas de conversión forzada que impedía saber a ciencia
cierta los sentimientos de los marranos; y
3)
el miedo a que las medidas incompletas hicieran que los falsos pervirtieran a
los auténticos cristianos.
Se
expandió, bajo la forma del terror, por toda España y de allí a sus colonias
donde tuvo modalidades particulares. La más importante fue la exclusión de los
indígenas de la revisión porque, como recién estaban siendo instruidos en la
Fe, no podían comprender dogmas y menos de herejías (por ello, ningún azteca, guaraní
o inca fue sometido al Tribunal de la Fe).
La Inquisición en América
En
el Virreinato del Perú -los actuales países de Perú, Bolivia, Chile, Argentina
y Uruguay y Paraguay-, la Inquisición, creada por el rey Felipe II, entró en
funcionamiento en 1570 y fue abolida en 1820, con la independencia de España.
En sus dos siglos y medio de vida sentenció a alrededor de 1.474 personas, y de
ellos, 32 recibieron la pena de muerte: la mitad de ellos quemados vivos y el
resto condenados al garrote (contra la imaginación popular, no todos los
sentenciados eran condenados a la pena de muerte, la mayoría de ellos debían de
reconocer públicamente sus pecados y ser paseados por el pueblo en mula
mientras eran azotados, tras lo cual eran liberados con advertencias). De los
condenados a muerte, 23 lo fueron por judaizantes, 6 por luteranos y 2 por
sustentar y difundir públicamente herejías. En México la Inquisición se
estableció en 1571 para investigar bigamia, blasfemia, seducción de menores y
superstición, al igual que su par en el Virreinato peruano, pero
diferenciándose de él en la pena de muerte: terminó fusilando, por ejemplo, a
dos líderes de la Guerra de la Independencia, de 1808, como fueron los párrocos
Hidalgo y Morelos. En el Virreinato de Nueva Granada (Venezuela y Colombia), la
sede del Tribunal se radicó definitivamente en Cartagena en 1610.
La
gran mayoría de los delitos denunciados en los tribunales de Lima y Cartagena
procedían, en su mayoría, de la exigua población europea y hasta que tuvo lugar
la inmigración de judíos portugueses, los herejes no fueron numerosos. Si algo
define la brutalidad de la Inquisición Española en la metrópoli y en sus
colonias es la palabra marrano.
Así
la define Marcos Aguinis en su novela “La
gesta del marrano”: "Es una calificación injuriosa aplicada por el
populacho a judíos y musulmanes convertidos al cristianismo y que mantenían
lazos con su antigua fe. Marrano es el puerco joven que recién deja de mamar.
Evoca la inmundicia y la sordidez (...) Limpio era el que no tenía sangre judía
ni mora, aunque fuese delincuente vil y lleno de pecados. Sucio, perro y -sobre
todo marrano- quien tenía en sus venas sangre abyecta..."
El
padre Guillermo Marcó, director de prensa del Arzobispado de Buenos Aires
ilustra la dimensión del problema en una sola frase: el enorme peligro de que
la fe se convierta en razón de Estado.
"Un juicio objetivo no puede negar
que fue un capítulo oscuro de la Iglesia Católica, pero es importante
analizarlo en el contexto histórico en que sucedió: una Europa amenazada con los
lugares santos en manos de los infieles. Pero pensemos que hoy, cuando hablamos
de derechos humanos y hay otros valores, también se puede caer en eso. Como
ciertas personas en el Islam, que matan en nombre de Alá, o como el primer
ministro israelí, Ariel Sharon quien, al colocar la fe como razón de Estado,
justifica la muerte selectiva."
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