LA ERMITAÑA

LA ERMITAÑA

Grimanesa cargaba con el estigma de ser la bruja del pueblo. Solitaria desde siempre, vivía en el cementerio refundida con sus atados de ropa y demás chucherías en una improvisada carpa a manera de casucha, que era a su vez el refugio de gatos callejeros y alimañas.

Caminaba suavemente, sin hacer ruido, casi como deslizándose sobre la tierra, lo cual hizo acrecentar los rumores que por las noches se transformaba en una gata o en una serpiente, animales conocidos por su andar silente.

Cuando muy de cuando en cuando se asomaba por el pueblo en busca de provisiones, lo hacía mostrando su encorvada y escuálida figura que a duras penas podían disimular sus negros y harapiento ropajes que olían a podrido, a humedad, a abandono, a pobreza...mas ella se arropaba con las raídas mantas y apelando a una dignidad pasada, cruzaba las esquinas sobre su pecho y las sujetaba con firmeza, mientras miraba altiva a un horizonte infinito sin dar la cara a nadie. Cubría su cabeza con un sombrero anacrónico que precariamente cubría su melena gris y desgreñada; sus manos retorcidas con uñas largas y desconchadas, estaban casi siempre manchadas de sangre…sangre que nadie se preguntó por su procedencia, pero que asumieron tenía origen humano y que era producto del sacrificios a deidades paganas en algún recoveco de las criptas.

Pero lo que causaba más terror, era su voz espeluznante que adoptaba el tono de estar hablando desde el fondo de una caverna…y su risa, ¡diablos, cómo olvidar aquella risa! similar por momentos a los aullidos de los lobos, en otras al silbido de una serpiente y en no pocas al ulular del búho…hasta los más guapos del pueblo tragaban saliva cuando la escuchaban.

Un día de semana santa, en que todos íbamos a dejar las ofrendas y respetos a nuestros familiares que reposaban en el campo santo, nos percatamos que su choza y demás indumentarias se encontraban esparcidas por todo el lotecito que ocupaba, pero de ella…ni rastros. Por caridad, curiosidad o morbo se la buscó por el cementerio y alrededores hasta muy caída la tarde, pero sin resultados.


Algunas vecinas se juntaron formando corrillos alrededor de la desbaratada choza, y después de estar cuchicheando por un largo rato, se despidieron unas de otras persignándose con grandes aspavientos, no sin antes sentenciar de tal manera que todos pudieran escucharlas, que a Grimanesa se la había llevado el diablo con todo y lo que llevaba puesto.

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