LA CITA TRUNCA
LA CITA TRUNCA
La hora fijada para la reunión estaba cerca y no quería sentar
un precedente de impuntualidad, mas pareciera que el destino estaba jugando en
mi contra y para dificultarme las cosas, esa noche habían cortado el fluido
eléctrico, así que estaba terminando de alistarme con la ayuda de una débil luz
que proyectaba una vela a medio consumir y que no hacía más que acentuar las
sombras del perfil de mi rostro, por lo que tenía que moverla de un lado hacia
el otro para poder tener una idea general del rasurado que me había mal
practicado.
Aprobé con desgano la obra. Puse la bujía en uno de los
bordes del lavabo y lo llené de agua para quitarme el resto de lavaza que no
había sido eliminada por el rastrillo. Me incliné con resolución ahuecando mis palmas juntas para
captar el líquido y volcando su contenido con fuerza sobre mi cara comencé a
enjuagarme con vigor mi rostro, como estaba acostumbrado, palmeando y frotando para
favorecer la irrigación en mis capilares, provocando al mismo tiempo un
chapoteo que me agradaba escuchar al tener los párpados cerrados con energía.
Terminada la ablución, a tientas toqué la toalla que había
dejado al costado y comencé a refregar mi rostro, no sin antes percatarme de un
suave ruido que semejaba un chisporroteo. Cuando terminé de friccionarme la
cara, abrí los ojos para mirarme en el espejo, pero al hacerlo, no pude menos
que horrorizarme mientras que un grito quedó silenciado en mi garganta, pues
sin haberme dado cuenta, al haberme inclinado sobre el lavabo, no me percaté
que mi pelo había entrado en contacto con la llama de la cera, y al mismo
estilo que Nicolás Cage en su papel en la película “El Vengador Fantasma”, mi
cabeza tenía llamaradas que había coronado casi toda su superficie, así que sin
pérdida de tiempo, sumergí mi testa en la tina que estaba al lado, apagando con
ello el fuego y la calidez que se habían estado apoderando de mi cráneo.
Ya más repuesto, comencé a evaluar los daños y ver si mi
apariencia aún era pasable como para poder salir a la cita sin quedar en
ridículo. Tras la puerta del baño, escuché a mi madre en el pasadizo hablarle
en voz alta a mi padre:
“¡Viejo, ve afuera y ve si los vecinos no se han olvidado su
parrilla, pues creo que se les está quemando y huele horrible!”
ohhh.. que pena lo sucedido... pero la estocada final fue el comentario de su madre jajjjajaj
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