LAS HIPÉRBOLES EN “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”
LAS
HIPÉRBOLES EN “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”
Todo lector que lea esta novela se dará cuenta
enseguida del uso de un recurso estilístico constantemente: la HIPÉRBOLE o
EXAGERACIÓN. En una de las primeras páginas podemos leer que sobre el personaje
José Arcadio Buendía de dice: “conservaba su fuerza descomunal, que le permitía
derribar un caballo agarrándolo por las orejas”. El ser una figura retórica tan
recurrente se debe a que el escritor le dio una especial importancia para construir
su universo de ficción.
La primera hipérbole que queremos analizar es la
demostración que hizo Melquíades, sin duda una parodia de la ciencia. Leamos el
texto: “Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo
se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se
caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y
los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía
mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en
desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades”. Es evidente
que el escritor trata, mediante el uso de estos fierros, de presentar el gran
poder del gitano al atraer todo lo metálico y encontrar las cosas perdidas. Su poder
será tal que escribirá la historia de la familia de los Buendía antes de que
suceda. Queremos constatar la trascendencia del adjetivo que acompaña a
“fierros”. Un adjetivo que muestra su intención: “mágicos”. No son, pues,
objetos que pertenezcan sólo a la realidad verificable, sino que van más allá,
de ahí su inmenso poder.
La siguiente hipérbole es: “La mulata adolescente, con
sus teticas de perra, estaba desnuda en la cama. Antes de Aureliano, esa noche,
sesenta y tres hombres habían pasado por el cuarto. De tanto ser usado, y
amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación empezaba a convertirse
en lodo”. Esta exageración se inscribe en el hecho de la gran crueldad de la
abuela de la chica, que le obliga a prostituirse como pago a un descuido que
ocasionó el incendio de su casa. La crueldad es tal que precisa de un número
hiperbólico: sesenta y tres. Por otra parte, el hecho de que el aire se
convierta en barro es un signo de la gran actividad sexual a la que estaba
obligada la adolescente. Como hecho general, recordamos que nuestro escritor es
muy dado a servirse de cifras para expresar desmesura. También es importante
señalar la fuerza de la adolescente y su sumisión ante el destino. Además, el
hecho de que el personaje perverso sea una abuela amplifica la realidad
literaria, ya que no era nada corriente un personaje –la abuela- que siempre
había tenido buena fama y, desde luego, pesaba su condición de femenino. Todo
esto crea la gran barbarie. De ahí que un lector tradicional se sorprenda.
La tercera hipérbole es un rasgo que define a José
Arcadio Buendía, el cual “conservaba su fuerza descomunal, que le permitía
derribar un caballo agarrándolo por las orejas”. Como él es el fundador de la
familia y, además, de Macondo, tiene que poseer alguna característica propia de
un héroe y la fuerza física es muy apropiada a este tipo de personajes de
leyenda. ¿Se imaginan un héroe sin fuerza? No es posible. Cuando José Arcadio
está en plena vejez todavía conserva esta característica: “no supo en qué momento
se le subió a las manos la fuerza juvenil con que derribaba un caballo”. Parece
que el tiempo no le afecta, como a cualquier héroe. Sin embargo, cuando pierde
la razón le atan a un árbol, pero para esto “necesitaron diez hombres para
tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del
patio”. Ya se sabe, el héroe siempre es héroe y no decaen sus facultades.
Incluso poco antes de morir todavía es un personaje hiperbólico, por eso su
esposa “pidió ayuda para llevar a José Arcadio Buendía a su dormitorio. No sólo
era tan pesado como siempre, sino que en su prolongada estancia bajo el castaño
había desarrollado la facultad de aumentar de peso voluntariamente, hasta el
punto de que siete hombres no pudieron con él y tuvieron que llevarlo a rastras
a la cama”. Por lo tanto, la idea que sacamos es que la exageración y el
heroísmo van de la mano en el caso del fundador de los Buendía. Y hay que
añadir el poder sobre el cuerpo, el subir de peso si quería. Este rasgo es
extraño en un héroe, pero en Macondo todo era factible. Por norma general, los
personajes significativos de la novela presentan rasgos hiperbólicos.
La hipérbole también define a un descendiente de José
Arcadio Buendía, del mismo nombre. Tras una larga ausencia de Macondo, José
Arcadio regresa. Su retorno trae a la memoria al héroe de Homero, pero en el
caso que nos ocupa lo paródico rompe lo heroico, aunque no del todo. La narración
del regreso es interesante: “tuvieron la impresión de que un temblor de tierra
estaba desquiciando la casa. Llegaba un hombre descomunal. Sus espaldas
cuadradas apenas si cabían por las puertas. [...] su presencia daba la
impresión trepidatoria de un sacudimiento sísmico”. Parece que anuncia que va a
suceder algo importante. En su descripción física hay elementos que no
concuerdan con los de un héroe clásico: “los brazos y el pecho completamente
bordados en tatuajes crípticos”. Tampoco muchas de sus costumbres corresponden
a un héroe: “En el calor de la fiesta exhibió sobre el mostrador su masculinidad
inverosímil, enteramente tatuada con una maraña azul y roja de letreros en
varios idiomas”. Lo que sí le corresponde del modelo heroico es su grandísima
fuerza física, que en un principio exhibe en un burdel, lugar nada heroico: “Catarino,
que no creía en artificios de fuerza, apostó doce pesos a que no movía el
mostrador. José Arcadio lo arrancó de su sitio, lo levantó en vilo sobre la
cabeza y lo puso en la calle. Se necesitaron once hombres para meterlo”. La
conclusión es que Márquez creó este personaje como contraposición a los héroes
(léase el coronel, Úrsula, etc.). En la realidad literaria existen los
contrarios, porque de lo contrario no sería completa.
Otra hipérbole que interesa es la del coronel, en lo
que se refiere a datos numéricos, ya que “promovió treinta y dos levantamientos
armados”. En este número hiperbólico se asienta el héroe, pero acto continuo
pierde su carácter de tal cuando el narrador añade: “y los perdió todos”. Así
pues, no es propiamente un héroe, porque desconoce la victoria. También pierde
su carácter heroico puesto que tuvo “diecisiete hijos varones de diecisiete
mujeres distintas”. Ningún héroe literario se jactaría de esta promiscuidad.
Por otra parte, el destino de sus hijos no puede ser más trágico: “fueron exterminados
uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y
cinco años”. Pero los números muestran a un militar, mitad héroe, mitad
antihéroe. Aunque no gana batallas, es invencible personalmente: “Escapó a
catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento”.
Y ni siquiera es herido, lo cual es bastante exagerado. En esto es un héroe, un
personaje sobrehumano. Incluso un intento de envenenamiento lo supera: “Sobrevivió
a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar a un
caballo”. Su suerte llega al extremo de que incluso cuando se dispara a sí
mismo, para salvar el honor al haber perdido todas las guerras, no consigue
matarse: “Se disparó un solo tiro de pistola en el pecho y el proyectil le
salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital”. Parece como si los
dioses le protegieran, a pesar de que el coronel hacía la guerra sin
convicciones políticas y, como confesó, por orgullo. Pero en esto Márquez no
sigue el modelo antiguo de héroe, el cual no se suicidaba y luchaba por la
justicia. Nuestro héroe no tiene ideales.
El destino juega una mala pasada a Úrsula y Fernanda.
Ellas conciben una idea extrema respecto al primogénito de Aureliano Segundo:
nada menos que llegara a ser Papa. Aunque ponen medios materiales para que vaya
al Seminario y a Roma, lo cierto es que él no tiene vocación y regresa a
Macondo sumido en la vulgaridad y en cierta depravación. El sueño de Úrsula fue
un espejismo. Es interesante que Úrsula, el personaje con más sentido común y
siempre preocupado por el bienestar material, caiga en la trampa de la
hipérbole. Parece que el espacio de Macondo hace creer a sus habitantes que es
“un territorio mágico, en el cual prácticamente todo es posible”. Ciertamente,
son contradictorias las dos caras de Úrsula, por un lado ser un personaje, ante
todo, práctico y, por otro, concebir unas pretensiones grandiosas para el niño.
De Fernanda no es de extrañar, pues ella misma fue educada para ser reina, aun
cuando su familia no era potente económicamente y hasta trabajos humildes tuvo
que hacer para sobrevivir.
Siguiendo con el mismo personaje, Úrsula, su fuerza
vital y la cantidad de tiempo que vive son también una exageración de la mujer
fuerte. En sus últimos años sufre un trastorno tal que mezcla los tiempos.
Respecto a este elemento de la construcción literaria hay que decir que ya
desde la primera página de la novela aparece la anticipación temporal y en
muchos lugares hay saltos temporales para adelante o para atrás, junto a un
presente. Esta “gran movilidad temporal” es un recurso propio de la literatura
contemporánea, la cual lo potencia por diversas razones. Igual que los
personajes, las acciones y el tiempo de Cien años de soledad se mueven en un
círculo, de ahí que no extrañe la gran cantidad de saltos temporales y la
repetición de hechos. El círculo es el actante principal en esta novela. A
pesar de que Úrsula se da cuenta de esto, se siente impotente para cambiar nada
y todo sucederá inevitablemente.
La última hipérbole que vamos a comentar corresponde a
la muerte de José Arcadio, en concreto al olor de la pistola. Su asesinato está
rodeado de una aureola de misterio y elementos mágicos (el desconocimiento del
asesino y sus móviles, la sangre que emana de su oído y va a avisar a Úrsula).
Pues bien, parece que nuestro escritor quiere mostrar que cualquier cosa puede
ser una hipérbole en su universo ficcional, hasta un olor determinado, como es
el caso que comentamos: “Tampoco fue posible quitar el penetrante olor a pólvora
del cadáver”. Como consecuencia de esto, los personajes caen en las siguientes
excentricidades: “Primero lo lavaron tres veces con jabón y estropajo, después
lo frotaron con sal y vinagre, luego con ceniza y limón, y por último lo
metieron en un tonel de lejía y lo dejaron reposar seis horas”. Se produce tal
desesperación a causa de este olor que incluso se llega a pensar en un gran
disparate: “Cuando concibieron el recurso desesperado de sazonarlo con pimienta
y comino y hojas de laurel y hervirlo un día entero a fuego lento, ya había
empezado a descomponerse”. El olor parece indicar algo en el texto, de ahí su
persistencia: “Aunque en los meses siguientes reforzaron la tumba con muros
superpuestos y echaron entre ellos ceniza apelmazada, aserrín y cal viva, el
cementerio siguió oliendo a pólvora hasta muchos años después”. Así pues, puede
ser un indicio de algo: nos quiere comunicar algo. Otros personajes también
destacan por el olor, como es el caso de Pilar Ternera.
No queremos terminar este breve estudio sin hablar de
Melquíades, uno de los personajes importantes de la novela, hasta el punto de
que él es quien escribe la historia de la familia antes de que acontezca. Este
personaje se asemeja a un narrador omnisciente, pero su misterio va más allá como
reconocen todos los personajes. Nos interesa la siguiente cita, en relación a
la hipérbole: “Pero la tribu de Melquíades, según contaron los trotamundos,
había sido borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del
conocimiento humano”. Ciertamente Melquíades está más allá de lo humano. No
olvidemos que lo hiperbólico está más allá de lo común, y lo transgrede. Este
personaje, a modo de un Dios, crea el futuro, igual que un escritor crea un
texto. Pero se diferencia del Dios y del escritor en que, inevitablemente,
muere.
La hipérbole, por lo tanto, es un elemento literario
fundamental para García Márquez. Es el reflejo de un mundo ficcional en el que
todo es posible. También es una forma de acabar con un realismo trasnochado,
copia de lo “real” del mundo físico.
Referencia: José del Rey Poveda 2000. Espéculo. Revista
de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid.
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