LA REBELIÓN DE LOS BRACEROS DEL VALLE CHICAMA

LA REBELIÓN DE LOS BRACEROS DEL VALLE CHICAMA

Coolies en Casa Grande
Antes de la Guerra del Pacífico, la mano de obra que trabajaba en las haciendas de la costa había provenido del Asia, por medio de los coolies (1) que trabajaban en condiciones de semi-esclavitud, pasada la guerra, los hacendados inmediatamente resuelven su problema de escasez de mano de obra en base al enganche de indígenas de la sierra.

Peter F. Klarén en su libro “Formación de las haciendas azucareras y orígenes del APRA”, refiere que el enganche era un sistema “cruel pero eficiente”. Cuando el hacendado necesitaba mano de obra recurría al “enganchador”, le informaba a éste del número exacto de trabajadores que necesitaría y le entregaba una importante suma, generalmente en oro, para pagar adelantos de sueldo a los futuros enganchados. Una vez aceptado el “encargo”, el enganchador o su agente, el sub enganchador, viajaba a lugares de la sierra como Huamachuco, Santiago de Chuco, Chota y Cajabamba, en busca de la mano de obra solicitada. Allí visitaba las comunidades indígenas, generalmente antes o poco después de la cosecha local, cuando el indígena estaba más desocupado para emigrar a trabajar a la costa. Usando el oro como cebo, el enganchador le ofrecía trabajo, dorándole sus beneficios en la forma más atractiva. El indígena era ilusionado con recibir una importante suma en oro en forma inmediata, por lo que usualmente tomaba la oferta y firmaba un contrato que no podía leer. Con eso se comprometía a trabajar temporalmente en la hacienda costeña por un número determinado de meses, generalmente dos o tres, y con obligaciones específicas en dicho período. Después, cuando hubiera cancelado la deuda contraída, quedaba libre. Sin embargo, la deuda era tal que era casi imposible que pudiera pagarla, por lo que tenía que quedarse a trabajar en la hacienda de manera permanente. (Sobre este tema escribió magistralmente Ciro Alegría en un par de sus capítulos de su obra “El Mundo es Ancho y Ajeno”, omito intencionalmente el nombre de los acápites referidos, con la expresa intención que den lectura a la obra completa, que, dicho sea de paso, estoy seguro será de su deleite de principio a fin).

Braceros amotinados
Estos trabajadores enganchados ya instalados en las haciendas costeñas vivían ciclos de tensa pasividad, hasta que los ánimos se exaltaron por los maltratos que sufrían, y se sublevaron contra la autoridad de sus capataces y jefes al grito de “¡huelga, huelga, viva la huelga!”, atacando y saqueando las oficinas, para posteriormente prenderles fuego.

Así fue el “conflictos social” de aquella época...y probablemente fue la huelga más violenta ocurrida en el Perú, la del siempre tranquilo Valle de Chicama, siempre tan consecuente con el patrón, hasta ese mes abril de 1912. (Usualmente las protestas en este valle se expandían al vecino valle de Santa Catalina, en particular a la hacienda Laredo).

El 8 de abril de 1912 la protesta comienza en Casa Grande, donde laboraban casi cinco mil obreros, aparte de la gente de campo cuya cifra ascendían a casi quince mil hombres. Ellos se rebelaron contra una orden de la compañía que les aumentaba la tarea (la cantidad predeterminada de tierra que debía trabajar el bracero). Los trabajadores solicitaron un aumento en el jornal proporcional al trabajo asignado, y al no obtener una respuesta satisfactoria, tomaron la hacienda. Mientras algunos prenden fuego a los campos de caña, otros saquean e incendian las principales bodegas de la hacienda, sitios donde estaban obligados a comprar con sus tarjetas y con las cuales se multiplicaban sus deudas, por lo que, al tomar los bazares, tuvieron especial cuidado en destruir los libros de cuentas del enganchador, que efectivamente encadenaban a los braceros al sistema de peonaje.

Al finalizar el primer día de amotinamiento varias personas habían muerto y la policía rural – "Los Vigilantes" -, llamada para restaurar el orden, tuvo que retroceder ante la aplastante mayoría de los amotinados.

Braceros toman la Casa Hacienda de Casa Grande
En los días subsiguientes la violencia se extendió a las haciendas vecinas y finalmente todo el valle de Chicama estuvo en llamas. El 11 de abril, aproximadamente sesenta hombres de tropa, del cuartel Nº 7 de la región, fuertemente armados, fueron enviados a sofocar la revuelta. Al ingresar por el oeste de la Hacienda para tomar de sorpresa a los sublevados, se toparon con varios cientos de braceros provistos de machetes pertenecientes a la hacienda Sausal, un anexo de Casa Grande, que se dirigían al epicentro de la revuelta para apoyar con sus presencias y accionar. La tropa formó una doble fila y abrió fuego a una distancia de 50 metros sobre la masa de braceros que se aproximaba, la descarga dio muerte a quince de ellos y provocó casi el doble de heridos, pero no logró contener el ataque y se vio obligada a abandonar sus planes de llegar a Casa Grande, dejándola completamente a merced de los amotinados. Como resultado, la casa-hacienda fue saqueada y quemada.

Escenas similares se repitieron en las otras grandes haciendas del valle tales como Chiquitoy, Cartavio y Laredo, donde obligaron a la evacuación de técnicos y propietarios. A los siete días de desórdenes en el valle de Chicama, los funcionarios y comerciantes de la ciudad de Trujillo temieron que los amotinados braceros marcharan sobre la ciudad, la cual estaba prácticamente indefensa, por lo que, en la mañana del 14, las autoridades se reunieron en la Prefectura para discutir la formación de una guardia urbana, destinada a proteger la ciudad de una posible invasión de braceros. Finalmente se decidió que tal fuerza no era ya necesaria en vista del gran destacamento de tropa que desde Lima estaba en viaje hacia Trujillo, no obstante, buena parte de los comerciantes por precaución suspendieron sus actividades comerciales y trancaron sus puertas.

Tropas prestas a entrar en acción
Al día siguiente llegó al puerto de Salaverry una nave de guerra con alrededor de 300 soldados y varias piezas de artillería destinadas a sofocar la revuelta en el valle. Puesto en marcha, el ejército fue tomando uno a uno los centros más agitados del valle, estableciendo tácticas represivas y fusilamientos, y con ello, los disturbios se suprimieron rápidamente no sin antes férrea resistencia de los sublevados. En forma gradual se restauró el orden y una calma relativa volvió al valle. La estimación final de los daños y perjuicios que causó la violencia fue muy elevada. Aunque el informe del gobierno, publicado posteriormente sólo mencionó que la calma había regresado a las zonas azucareras, en forma notoria omitió referirse al número de víctimas; un informe privado y conservador preparado por la Sociedad Pro- Indígena afirmó que por lo menos 150 huelguistas habían sido muertos y muchísimos más estaban heridos. Otros refieren que no menos de 500 fueron los trabajadores muertos, y los heridos, el triple.

Fusilamientos
En su informe gubernamental Felipe de Osma y Pardo no ve al problema suscitado en casa Grande y las demás haciendas azucareras como un conflicto capital-trabajo , sino como causal del mismo al sistema del enganche, sugiriendo que debe ser reformado.

En suma, la de Chicama fue una revuelta con un saldo de cientos de trabajadores muertos, con informes posteriores complacientes hechos por el gobierno donde absuelven a los hacendados de toda responsabilidad y esconden la cifra de obreros fallecidos, con fuerzas del orden que no recibieron sanción alguna, y con familiares de víctimas que no recibieron reparación alguna.

El impacto de esta rebelión también lo sintieron otras personalidades. César Vallejo trabaja desde 1911 como ayudante de cajero de la Hacienda Roma de Chicama y fue testigo presencial de la explotación de los trabajadores enganchados de las plantaciones de caña y de la posterior masacre de 1912. El Grupo Norte, de Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo, Alcides Spelucín, Manuel Arévalo y otros, no sólo se ve influido por la masacre, sino que se vincula con los trabajadores cañeros. Sin embargo, este movimiento social acaba por alimentar fundamentalmente a un movimiento político: el APRA, como relata Peter Klarén en el libro citado. Al APRA se suman no sólo los trabajadores cañeros, explotados por los terratenientes, sino también las clases medias y los propios capitalistas arruinados por los grandes hacendados. El discurso aprista es antiimperialista y va dirigido a "las clases oprimidas". Era un partido revolucionario opuesto a los grandes terratenientes y a la intervención imperialista en el Perú.


(1)   Culi, culí o coolie, fue el apelativo utilizado para designar a los cargadores y trabajadores con escasa cualificación procedentes de la India, China y otros países asiáticos

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