La visitante nocturna


La visitante nocturna

“Niña” es una hermosa perrita de estirpe indescifrable por los múltiples cruces habidos, juguetona incansable y celosa guardiana del hogar; va de un lado a otro de la casa llevando en su boca bien sujeto por sus dientes a su juguete favorito, una pelota de goma compuesta de paños pentagonales y hexagonales multicolores, baloncillo al que no deja ni siquiera para dormir.

Hace tres días por la madrugada, insomne impenitente como soy y con un desvelo que se acentuó por efecto del calor que reinaba en mi cuarto, pude advertir la presencia de mi adorable mascota por los pequeños resoplidos fuera de mi puerta, y al incorporarme de la cama para escuchar mejor, se acompañó de urgentes rascados en la madera. Abrí la puerta y me encontré con Niña, sentada, quieta, con las orejas gachas y una mirada enternecedora. Nos observamos por unos segundos y ella se paró sobre sus patitas traseras y manoteó en el aire. Fui a la cocina seguida de cerca por ella, y cosa tan rara, era la primera vez que no se metía entre mis piernas y las mordisqueaba apremiándome a que caminara rápido. Abrí la bolsa del pan, cogí un pedazo de uno y le alcancé a Niña, ésta cogió el trozo con cierta desconfianza y lo dejó en el suelo. Asumí que deseaba comer sin ser vista, así que me dirigí nuevamente a mi cuarto y cerré mi puerta.

A las 3:45 de la madrugada escuché nuevamente los olfateos imperiosos en mi puerta. Abrí y se repitió el proceso descrito camino a la cocina. Pero al momento de anudar la bolsa del pan, decidí mirar por la ventana aledaña a la cocina y que da al cuarto de mi hermana y sobrino. Y lo que vi me dejó congelado: Niña estaba dormida panza arriba y con su pelota al lado en la cama de mi hermana, abrazada parcialmente por sus patas traseras por mi sobrino. Desvié mi mirada lentamente al suelo, y vi a la otra perrita que me seguí mirando fijamente, y supe que lo hacía porque aun en la penumbra de la cocina, sus ojos refulgían como dos brasas ardientes.

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