“¡No me rindo carajo!”
“¡No me
rindo carajo!”
El
coronel don Justo Arias y Aragüez, ronco de gritar animando a los suyos, defiende
con denuedo el puesto que Bolgonesi le ha señalado.
Aquel
heroico soldado, sable en mano, se pasea impávido en la plazoleta del fuerte de
Arica, en la del costado principal desafiando a los soldados chilenos y a la
muerte. A todos les llama la atención aquel pequeño coronel que sin quepis
presentaba su desnuda, calva, blanca y venerable cabeza a las balas.
En
verdad, el aliento que imprime aquel oficial no cabe en su cuerpo. Arias es
chico, pero de marcial apostura. Lleva garbosamente su uniforme francés, de
coronel de Ejército, con galoneado pantalón garanse y ciñe su levita el
cinturón de su sable.
Lo
repetimos, en el momento de la batalla en que se encuentra, está sin quepis,
sin duda lo ha perdido en el fragor del combate; con su diestra, empuña la
espada, y ante el inmenso peligro que lo rodea, que no teme y desprecia, aquel
anciano soldado, agiganta su físico, enaltece su ser moral.
Arias,
desafiando el peligro infunde respeto y admiración a los soldados chilenos, que,
con la clara luz del día, pueden ver y aquilatar a su saber la bizarra actitud
del jefe enemigo. Su valor cautiva a los soldados enemigos del 3.º regimiento y
se disponen a salvar la vida de Arias.
Todo
el mundo le grita:
–
¡Ríndase mi coronel, no queremos matarlo!
–
¡No me rindo carajo! ¡Viva el Perú! ¡Fuego, muchachos! – responde aquel ínclito
guerrero y con su ejemplo estimula el valor de su tropa, la defensa del fortín “Ciudadela”.
Pero
la hora suprema de aquel hombre había llegado; que escrito estaba hubiera de
caer como un bravo en medio del asalto y a manos de chilenos.
El
fuerte, el “Ciudadela”, en puridad de verdad, ya había sido conquistado por las
fuerzas enemigas; el valor del coronel Arias había impuesto respeto a los
asaltantes; su denuedo, la simpática y altiva figura del anciano jefe, hace que
los chilenos intimen nuevamente al comandante de los Granaderos de Tacna, que
se rinda.
Un
soldado del tercero se aproxima al coronel y le grita:
–
¡Ríndase mi coronel!
Pero
el jefe enemigo no quiere hacerlo, rehúsa la intimación; rechaza indignado esa
pretensión, no quiere nada que sea chileno, ni aún la vida, y de un feroz
sablazo tiende a sus plantas al soldado que lo ha querido salvar.
–
¡No me rindo carajo! ¡Viva el Perú! – grita don Justo Arias y Aragüez.
Y
una descarga cerrada tiende al invicto guerrero, que cae muerto dentro del
fuerte, y su espíritu libre de la humana envoltura, traspone los lindes de la
vida y penetra en el templo sereno de la inmortalidad…
Fuente chilena: Molinare, Nicanor. 1911. Asalto y toma de Arica. 7 de
junio de 1880. Santiago de Chile: El Diario Ilustrado.
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